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��Piensas t� que no soy muerto / por no ser todas de muerte / mis heridas?�. Conmovido queda uno al leer los versos del poeta prerrenacentista Jorge Manrique, curiosos y ligeros en apariencia. �Qu� aspir�, en realidad, a comunicar? La respuesta �si la hubiere�, am�n de susurrar un terror ins�lito que nada agradable desea confesar, es posible encontrarla en el libro La letra herida. Autores suicidas, toxic�manos y dementes, de Toni Montesinos. La obra del periodista barcelon�s, bien sabedor del dolor que desencadenan las heridas, ejerce sobre el lector un efecto cat�rtico. �Qu� se hiere sino la carne? �Hay, acaso, algo m�s que pueda herirse? La letra, las Letras, que tambi�n son heridas y causan heridas, hondas y sangrantes. Largos siglos de insania escrita respaldan tal macabro desfile de tajos y cortes, de hendiduras en la piel que ilustres escritores han padecido con sumo escozor. �Suicidas, toxic�manos y dementes� son tres grup�sculos pertenecientes al marem�gnum de locura que ser�a �la letra herida�. Lo averigu� el autor, cr�tico literario del peri�dico La Raz�n y redactor jefe de la revista Qu� Leer, entre otros m�ritos de destacable relevancia; y lo averigu� Berenice, editorial del sello Almuzara, que se embarc� en la �t�xica aventura� de publicar una obra que cala, quiz� demasiado, en el intr�pido lector que busca algo m�s que una lectura de ligera digesti�n. Algunas letras heridas que hieren son de talla inmortal. Cesare Pavese, para quien la muerte le fue un trauma desde el fallecimiento de su padre y para quien el temor a vivir hizo arder su coraz�n. Yukio Mishima, para quien la daga represent� �la masturbaci�n definitiva�, explosi�n de vida y muerte. Johann W. von Goethe, para quien el suicidio fue un acontecimiento de la naturaleza humana, cambiante en cada �poca y presente en su obra, y a �l se entreg� a orillas del lago Wannsee en 1811. Friedrich Nietzsche, para quien padeci� una dolorosa soledad, una vida sumida en una �demencia demon�aca�. Emilio Salgari, para quien la desesperaci�n, la angustiosa soledad, la h�rrida explotaci�n y la exhaustaci�n inclemente le condujo al suicidio un siglo despu�s que Goethe. Rub�n Dar�o, para quien el alcohol era devorador de futuro ��Juventud, divino tesoro, / �ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro / y, a veces, lloro sin querer��, quien resisti� como preso de una desdicha manchada de l�grimas. Virginia Woolf, para quien sus inseguridades, sus miedos, sus arranques de nervios, su espanto a la guerra y su frustrada vida interior, pesadillas que resuenan como ecos malignos hoy d�a, la empujaron al r�o Ouse. Fernando Pessoa, �so�ador inveterado� y �escapista� en palabras de mi admirado Manuel Moya, para quien la literatura, la poes�a, la creaci�n, el escribir, eran un huir de la vida y del desasosiego, y fue tambi�n una v�a de escape el aguardiente que el m�dico le prohibi� beber. Ernest Hemingway, para quien el sobrepeso de la paranoia y el impulso suicida le venci� un 2 de julio de 1961, dispar�ndose en la parte m�s tierna de la cabeza, el paladar. Juan Rulfo, para quien lo fant�sticamente fantasmal roz� lo realmente biogr�fico, y ese umbral borroso lo arroj� a la bebida desenfrenada. J. D. Salinger, para quien arrodillarse ante el sigilo, el ocultismo, el oscurantismo �como ocurri�, adem�s, con Cormac McCarthy y Thomas Pynchon� fue la �nica opci�n y la mejor elecci�n. Primo Levi, para quien Auschwitz y el holocausto nazi pasaron grandes facturas que fracturaron su concepci�n del mundo y de la dignidad humana, precipit�ndose, al final, por el hueco de la escalera. Charles Bukowski, para quien la escritura le salv�, un tiempo, de aquel cable el�ctrico que colgaba del techo, pero no de la hemorragia provocada por el consumo descontrolado de alcohol. Philip K. Dick, para quien la mente imaginativa lejana, posada allende el futuro, le condujo a pensamientos paranoicos-religiosos, para quien el t�rmino �weltschmerz� encaj� a la perfecci�n en su vida personal. Emil Cioran, para quien el taedium vitae y el apocalipsis se hallaban en �l mismo, el m�s cruel archienemigo. �Suicidas, toxic�manos o dementes? ��ngeles o demonios, v�ctimas o culpables? Unos versos que Chantal Maillard escribe en Medea vienen a m�, y no s� bien por qu� �tal vez porque los crea v�ctimas de su desdicha, tal vez porque los encuentre �ntimamente culpables de su desgracia, tal vez porque en el fondo alg�n rara avis se identifique hasta sentir compasi�n�, al leer esta impecable joya de Montesinos: �En este mundo �qui�nes somos / las v�ctimas y qui�nes los culpables? / En el lugar del hambre / cualquier depredador es inocente�. En el lugar de la letra herida cualquier escritor es inocente. Visto as�, pregunt�monos, ��pensamos nosotros que no son muertos por no ser todas de muerte sus heridas?�. Morir no es el peor de los males que a los hombres les fue concedido, seg�n Tolkien, en calidad de don. Las heridas, y s�, lo creo as�, hacen a uno �ser muerto�, aunque su cuerpo, resistente al desgaste del tiempo y al dolor y luchador de adversidades aun en los peores escenarios, ans�e seguir respirando, dedicado con esmero a escribir sin m�s deseo que... �la autodestrucci�n? Al fin y al cabo, non metuit mortem qui scit contemnere vitam [�no teme a la muerte el que sabe despreciar la vida�]. Toni Montesinos, La letra herida. Autores suicidas, toxic�manos y dementes. |
Universidad de Sevilla. Subdirector de �Claridades. Revista de Filosof�a� |
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